Plata o plomo.
Todo empieza donde lo dejamos hace un año. Pablo Escobar, el narcotraficante más famoso de todos los tiempos, había volado demasiado cerca del sol y acabó siendo prisionero en «La Catedral«. Una cárcel de superlujo de su propiedad en la que el narco vivió a todo trapo hasta que todo salió a la luz y el gobierno, puesto una vez más en ridículo, decidió acabar con Escobar. 4.000 soldados, cuatro helicópteros y munición infinita. Todo para rodear una cárcel en la que había menos de un centenar de presos. ¿Qué podría salir mal? Absolutamente todo.

Como descubrimos en los primeros minutos de la segunda temporada, Pablo Escobar huye de La Catedral. Una vergüenza nacional que da inicio a una guerra sin cuartel en la que el bloque de búsqueda (formado por la policía nacional), la DEA, los pepes y el cartel de Cali dar caza a Escobar. Una situación extraordinaria en la que gobierno, narcos y guerrilleros forman una extraña sociedad.
La guerra sucia

Una caza que, como suele ocurrir en aquellos conflictos en los que la impunidad ante las masacres desespera al más justo, está marcada por la guerra sucia en la que los buenos no son tan buenos y los malos no se sienten tan malos.

Una situación ante las que el gobierno no hizo otra cosa que no fuera mirar a otro lado, primero ante las atrocidades del bloque de búsqueda con el general Carrillo al mando y después ante las de los pepes.

Perseguido y privado de su posición de privilegio Pablo no sólo se vuelve más peligroso, si no que incluso siente que su política del terror está más justificada que nunca.
La caída

Si bien la primera temporada se centró en el ascenso al poder de Escobar, en esta segunda temporada vemos la dura caída de este. Una historia que ejemplifica a la perfección aquello que dicen de que cuanto más alto llegas, más dura es la caída.
Episodio tras episodio la sensación de impunidad, de ser los amos del mundo, va dejando paso a la desesperación y el miedo. Una sensación que no sólo se extiende entre sus esbirros, si no que llega hasta su círculo más cercano. Empezando por sus terratenientes y terminando en Tata, la mujer de Escobar.

Una realidad que contrasta con la fe absoluta y confianza total que muestra en su hijo Hermilda. La situación de sitio y las continuas derrotas que viven no le hacen flaquear en ningún momento. Da igual lo que ocurra, Pablo se encargará de todo.
La vida sigue

Cuando terminé de ver la primera temporada tuve sensaciones encontradas. Por un lado deseaba continuar disfrutando de una de las mejores series de Netflix, pero por el otro no estaba seguro de sí la historia de Escobar iba a dar tanto de si. Especialmente si tenemos en cuenta la poca importancia que se dio a su ascensión.
Después de terminar esta segunda temporada, lo cierto es que estoy deseando que llegue la próxima, esta vez centrada en el cartel de Cali. Todavía no está confirmada, pero parece que es algo seguro.